Quizá corran tiempos extraños, quizá el viento ha comenzado a soplar en otra dirección indicando lo que tiene y no cabida hoy en día. Puede que todo esto tenga que ver con ese bar que hace no mucho decidió cerrar para tomarse unas pequeñas vacaciones.
Las jarras de cerveza helada abarrotaban las enormes cámaras, los parroquianos llenaban la barra con sus historias y anécdotas que hacían de cada relato una aventura. Las voces de los más veteranos transmitían la sabiduría y la experiencia que a lo largo de los años nos va susurrando la vida. Los más jóvenes hacían gala de esa gran alegría y dinamismo propia de los más infantes. Sus risas podían llegar a convertirse en el estimulante más potente que se podía encontrar.
Sin embargo, por todos es sabido que la vida nunca ha sido una interminable línea recta, sus increíbles subidas y sus pronunciadas caídas también tienen hueco en nuestra historia. De repente, un día, sin previo aviso, quizá por la presión del momento o por las circunstancias que nos abordan, el bar se vio obligado a cerrar. Tras mucho tiempo tras la barra llegaba el momento de tomarse unas vacaciones que sólo el tiempo sabe cuanto durarían.
Y ahora, que tras tanto tiempo en el ajo me veo fuera de la barra, todas las situaciones se me hacen extrañas. Las cosas son muy diferentes a cómo eran. Me he convertido en uno más de esos parroquianos que cuentan su historia y buscan un trago. Puede que ese público ya no sea la vital fuente de mis ingresos pero eso no significa que carezcan de importancia. Se trata de gente con la que he compartido mis momentos y con la que, a partir de ahora, andaré el camino. Nos vemos a la vuelta.
Porque pase lo que pase estoy aquí...
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