A lo largo de los últimos días me he parado a pensar. Dejo la frase abierta debido a que no me he parado a pensar en algo en particular, ya que cualquier cosa puede ser concretada en este mundo a excepción del tiempo. Algo inmaterial, insustancial, totalmente abstracto y absolutamente imprevisible. Sin embargo es, más que cualquier otra cosa, altamente perecedero.
He recordado etapas, periodos que se han ido quemando a lo largo de los años, momentos que quedaron en el olvido y que, sin embargo, he conseguido rescatar buscando en un viejo cajón. Fotografías que hablan por si solas y discos que hablan de injusticias, represión y algo de amor. Libros con las letras viejas y borrosas y un dibujo que me recuerda algo que tuve hace algún tiempo y que, la verdad, no se si quiero volver a recuperar.
Sentado en esta mesa, miro a mi alrededor y, realmente, creo que todo cuanto me rodea tendría la capacidad de contar su propia historia. Si las paredes hablaran… La verdad, nadie me conoce mejor que estos cuatro muros. Porque, al final, la gente viene, se va o, sencillamente, desaparece ante tus ojos. Una de esas cosas que tiene la vida es que nunca deja de sorprenderte. Si no lo hace, mejor será plantearse cambiar el rumbo. Y es que son ya 20 primaveras apreciando el calor del invierno y el frío del verano.
Nada es demasiado, poco es suficiente…
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