A lo largo de la historia, el frenético deseo de controlar cuanto le rodea ha estado presente en cada una de las criaturas de la Tierra. Anticiparse a cada pensamiento, no dejar nada al azar y apostar sobre seguro. Cualquier improvisto supone un cambio en el plan, en ese plan perfecto, el plan en el que nada puede fallar, nada puede salir mal. Sin embargo, estos contratiempos surgen a cada momento, anhelando desbaratar la estrategia mejor trenzada, ansiando romper ese equilibrio perfecto.
Por desgracia, todo en este mundo responde a un desenfrenado deseo de renovación. Cualquier intento de vencer al tiempo en una prueba de resistencia es inútil y, quizá, por ello, todo a nuestro alrededor viene al igual que se va. Creer que algo es de una determinada forma y que así lo será para siempre es como dar por supuesto que será la reina de corazones la próxima carta que saldrá de la baraja. Todo queda en una deducción, una suposición. No en vano, una vez se dijo que la suposición es la madre de todas las cagadas.
En la vida real, nada es firme, todo sufre una necesidad descontrolada. Precisamente porque vivimos como personas, sujetos de nuestras acciones, nuestros discursos y nuestras reflexiones. Seres subjetivos y, por tanto, impredecibles. Ese carácter subjetivo hace un misterio de cualquier reacción, cualquier resultado, cualquier conclusión. No podemos dar nada por sentado.
En multitud de ocasiones, es necesario arriesgarse, persistir en el empeño de conseguir eso que codicias, aquello por lo que suspiras, lo que te lleva a perder la razón. Sin embargo, hay que ser razonable y saber cuando, verdaderamente, una situación no se puede controlar. Cuando nuestra apuesta no ha sido ganadora. Cuando hemos fracasado.
Entonces llega ese momento en el que no podemos seguir insistiendo, el momento en el que hay que dejar que las cosas fluyan, de manera que todo llegue a ser como debe ser, aunque no hayamos podido controlar la situación, aunque la reacción no haya sido la esperada, aunque las cosas, finalmente, no sean como nosotros queremos. Porque no podemos establecer un gobierno sobre las olas del mar, ni someterlas a nuestra voluntad.
Porque nunca sabré si estás detrás de esa sonrisa o te escondes otra vez…
muxa krema.
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